sábado, 31 de marzo de 2012

La ruptura inevitable







En Mayo del 2010 y a propósito de la reforma del mercado laboral presentada por el PSOE escribía en Mundo Obrero lo que sigue:

La unánime conjunción de organismos, sectores económicos, gobiernos y creadores de opinión en la explicitación de la actual ofensiva capitalista le dan a esta un marcado sesgo de asalto final.

La apelación a los sacrificios se reviste con un lenguaje pseudo-científico que hace de la Economía una especie de divinidad lejana, inapelable y ajena a los intereses mayoritarios. Los poderes económicos, sus guardaespaldas gubernamentales y sus pregoneros intelectuales y mediáticos predican un día si y el otro también la inevitable necesidad de acatar los dictados de los mercados.


Mi argumentación de entonces quería llamar la atención acerca de que estábamos ante una ofensiva del sistema que, independientemente del partido gobernante que fuera, quería acabar definitivamente con todo aquello que desde los años cuarenta se había conocido como el Estado del Bienestar. El que la triste historia de la socialdemocracia se haya resumido en que -cual caballo de Troya- haya iniciado las políticas que luego los conservadores han culminado consecuentemente, se ha visto nuevamente avalada en estas dos últimas décadas.

Sin embargo no debiéramos dejar aquí nuestro comentario ya que esta ligereza induciría a error sobre la auténtica gravedad de la situación. Para el capital, sus contradicciones, sus problemas y sus guerras internas la solución que representan Merkel y compañía es la única posible. La nueva configuración del orden mundial con la aparición de otros protagonistas internacionales, el sobredimensionamiento de la capacidad productiva, la crisis de sobreproducción inherente y la financiarización de la economía internacional han puesto a los integrantes del sistema en una carrera que sólo admite en su seno la supeditación de todo lo que ha significado la herencia de la Revolución Francesa a la lógica infernal del beneficio privado. Estamos ante una crisis de civilización provocada por las contradicciones del sistema que ya Marx advirtiera y las nuevas a ella sumadas: energética, demográfica, medioambiental, política, de valores, etc.

Los empresarios españoles saben perfectamente que el origen real del paro es la creciente atrofia del proceso productivo, del modelo económico y de las expectativas de relanzamiento de la economía; la recesión no es cíclica, es ya inherente al sistema. Nadie tampoco sospechoso de marxista como Shumpeter (1883-1950) ya anunció el fin del capitalismo por una enfermedad que calificó de muerte por éxito. Nuestros empresarios reconocen que la demanda exterior está bajando y que la interior también a causa del creciente subconsumo; sin embargo su alienación ideológica en la supuesta taumaturgia del despido libre y de la precariedad no es otra cosa que una huida hacia delante haciendo bueno lo de pan para hoy y hambre (la de los otros) para mañana.

Grecia no tiene remedio en el euro, ni tampoco España, Portugal e Italia por ahora, y los otros después. El dulce sueño europeísta del Mercado Único a palo seco se acabó. No hay lugar para dilaciones, escapismos o mientras tantos; Rajoy lo sabe perfectamente y se aplica a una política que palie o demore por un tiempo el inexorable final aún a costa del empobrecimiento de la población y de hacer retroceder varias décadas a la sociedad española.

Ante esta evidencia la izquierda que es consciente de ello y que confiesa su continuidad en la oposición al sistema tiene ante sí un reto como pocas veces se ha visto. Y el núcleo central del problema que debe abordar es saber si ella también participa de la idea de que la batalla a inicia tiene las características de batalla final. Sobre ello continuaré en el próximo número.

Publicado  de la edición impresa de Mundo Obrero Marzo 2012

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