En una carta de felicitación de cumpleaños, el escritor Saul Bellow
le decía a un viejo amigo: “No te preocupes por esto y aquello, esto y
aquello no importan demasiado en la suma final”. En su día lo leí como
una ironía reparadora, pero ahora vuelve a la cabeza como un sarcasmo.
Entre nosotros, en confianza, esto y aquello empiezan a sumar demasiado.
La cifra de parados, que avanza implacable hacia un invierno de seis
millones de personas, tiene ya esa dimensión de lo indescifrable. Allí
donde se pierde la cuenta. En lo desalmado. En ese territorio del
desahucio, de la desposesión, estamos ya en la cuenta de las bajas
mortales, con gente rota que acaba de romperse del todo por despidos
injustos y por el mecanismo de las ejecuciones hipotecarias. En el
último año, se han incrementado en un 25% los lanzamientos,las expulsiones de gentes de sus viviendas o locales de trabajo. Legal, sí, pero criminal.
El reciente informe de una comisión de jueces es demoledor. Atribuye
esta situación a la “ligereza y mala praxis” bancaria. Pero mientras el
dinero público, sustraído a los ciudadanos, se destina a sanear las
cuentas de los causantes del estropicio, nadie detiene la apisonadora.
Las viviendas que pierden las familias en apuros pasan de nuevo a manos
de los expoliadores y a precio de saldo. No es mafia, pero se parece un
huevo. Lástima que esta casta, la que se enriquece con la ruina, no se
muera de risa. No hay lucha de clases. Lo que hay es un Estado de abuso:
sangría a los asalariados, estupor de clase media, estampida emigrante
de jóvenes. Y privilegios para los privilegiados.
En el drama del desahucio, ¿por qué no se aprueba ya una moratoria
que evite que la gente quede a la intemperie mientras no se revisa una
ley anacrónica e injusta?
Esto y aquello y lo otro están sumando de más.
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