Los suicidios han sido, desde hace décadas, un tema tabú en la prensa
española y en el Ministerio de Sanidad. Había una regla no escrita por
la cual se silenciaban este tipo de sucesos por miedo a que su
publicación provocase un efecto contagio. Sin embargo, desde hace unos
meses, cada vez se hacen públicos más casos de parados o trabajadores
sin sueldo que, asfixiados económicamente, deciden acabar con su vida,
aunque la cifra no es por el momento muy elevada.
La semana pasada, por ejemplo, un vigilante de seguridad de 53 años,
casado, con dos hijos y al que su empresa le adeudaba siete
mensualidades (10.000 euros), acabó con su vida después de agotar los
últimos ahorros que tenía.
En otros países como Grecia, sí que se publican los datos oficiales
sobre cuántas personas acaban con su vida cada año. Entre 2001 y 2010,
el último del cual hay un registro completo, hubo 365,5 suicidios
anuales: uno al día. En 2009 fueron 391 y, en 2010, 377.
Las autoridades griegas calculan que esas cifras se han disparado en
los últimos dos años. Así, se habría pasado de las 2,8 muertes por cada
100.000 habitantes que había hasta 2010 a más de 5 en 2012, según el
Ministerio de Salud griego. Solo en junio de 2012, hubo 50 suicidios en
Atica, la zona en la que se encuentran Atenas y El Pireo.
Las causas no son solo la desesperación por la pérdida de poder
adquisitivo, empleo, esperanza, dignidad… También ha influido que la
sanidad pública haya dejado de recetar antidepresivos y cerrado el
acceso de miles de ciudadanos a psicólogos y psiquiatras.
Huelgas de hambre
Los medios están haciéndose eco también de numerosas huelgas de hambre en España. Una de las más populares fue la del alcalde de Alburquerque (Badajoz), Ángel Vadillo, que recorrió a pie los 639 kilómetros que separan su pueblo de Madrid y estuvo tres meses bebiendo solo agua y azúcar frente al Ministerio de Industria. Reclamaba que el gobierno no abandonase las energías renovables, motor de empleo de su municipio, azotado por una tasa de paro del 40%. Con 25 kilos menos de peso, el 8 de septiembre dio por concluida su protesta. “Pero no la lucha”, reivindicó.
Los medios están haciéndose eco también de numerosas huelgas de hambre en España. Una de las más populares fue la del alcalde de Alburquerque (Badajoz), Ángel Vadillo, que recorrió a pie los 639 kilómetros que separan su pueblo de Madrid y estuvo tres meses bebiendo solo agua y azúcar frente al Ministerio de Industria. Reclamaba que el gobierno no abandonase las energías renovables, motor de empleo de su municipio, azotado por una tasa de paro del 40%. Con 25 kilos menos de peso, el 8 de septiembre dio por concluida su protesta. “Pero no la lucha”, reivindicó.
Más recientes –y exitosos– han sido los casos de José Coy y Rocío
Pérez, afectados por las hipotecas. Coy, destacado activista de la
Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) de Murcia, abandonó su
huelga de hambre ayer, después de dos semanas, al alcanzar un acuerdo
con Cajamar para evitar su desahucio. El pacto llegó un día después de
que fuese ingresado en el Hospital Morales Meseguer a causa de las
úlceras estomacales que le había producido su protesta.
Pérez, madre peruana con dos niñas a su cargo, inició la semana
pasada una huelga de hambre frente a la sede de Bankia donde trataba de
renegociar su deuda. El martes, la mujer de 42 años logró que esta
entidad aceptase la dación en pago de su vivienda y que le permitiese
seguir viviendo en su casa en régimen de alquiler social, con un aval de
1.500 euros.
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