miércoles, 9 de noviembre de 2011

LA CRISIS CAPITALISTA NO ES UN CUENTO, PERO EL FINAL PUEDE SER FELIZ.



El sistema capitalista internacional vivió una etapa de holgada hegemonía ideológica después de su victoria temporal en los procesos contrarrevolucionarios en el este europeo. Fue cuando escribieron aquella majadería de “El fin de la historia”, y cuando -con toda la arrogancia que siempre ha caracterizado a este sistema criminal-, nos retaban a disolver nuestros partidos comunistas, pues habíamos “fracasado” en nuestro proyecto histórico.
No han sido necesarios muchos años para que esta situación haya cambiado radicalmente.




Desembarazado el capitalismo internacional del referente de la construcción práctica de la sociedad socialista, se desataron libremente sus agresivas fuerzas internas, así como su feroz proceso de acumulación de capitales en brutal pugna interimperialista. En ese nuevo escenario la guerra imperialista se hizo presente con una virulencia que había estado contenida durante décadas: Irak, Yugoslavia, Afganistán, Somalia, …., Libia, por ahora. Todavía llora el pueblo libio, y ya están iniciando la campaña mediática para la guerra contra Irán.
El libre desarrollo de esas fuerzas internas del sistema capitalista internacional llevó, en un plazo breve, al colapso del mismo sistema, en la mayor crisis que nunca se haya dado. Crisis estructural del sistema, que se solapa con una crisis financiera, con una crisis ecológica, con una crisis energética, con una crisis cultural.
Estamos en la etapa de transición del capitalismo al socialismo. Como dice Fidel, nos va en ello la misma supervivencia de la especie humana. Socialismo o barbarie, ahora más que nunca.
En esta situación aparece con nitidez una clara delimitación entre las fuerzas de la izquierda: el campo reformista y el campo revolucionario. El reformismo, siempre instalado en el sistema, enfrenta esta situación como una crisis más, después de la cual vendrá más capitalismo, y por ello su programa se limita a la reivindicación del estado del bienestar y una banca pública (algo así como el Banco Hipotecario de Franco). El campo revolucionario coloca el horizonte de la construcción del socialismo y la toma del poder por la clase obrera como un proceso que ya se está iniciando históricamente, y por ello el programa político se centra en la nacionalización de la banca y de los sectores estratégicos de la economía.
El deslinde se constata en el campo de la práctica; mientras el reformismo no va más allá de la acción institucional, el campo revolucionario se centra en la movilización y la organización del movimiento obrero, en la lucha de masas y en la articulación de unas alianzas sustentadas en grupos sociales organizados, y no en siglas políticas que solo se representan a sí mismas.
Mientras el reformismo promete un tránsito pacífico a una sociedad de justicia social, el campo revolucionario advierte con claridad de que la burguesía utilizará todos los instrumentos de violencia a su disposición para tratar de impedir el avance de la clase obrera hacia la toma del poder.
Mientras el reformismo hace de la “profundización democrática” un camino idílico al socialismo, el campo revolucionario plantea la toma del poder por la clase obrera y el ejercicio de la dictadura del proletariado, el poder democrático de la mayoría. Contra lo que algunos pretenden, diciendo que las posiciones del reformismo significan un acercamiento “ligth” al socialismo, pero a fin de cuentas es un acercamiento; lo cierto es que esas posiciones constituyen una barrera –impulsada por las clases dominantes- para que la clase obrera no se acerque a las posiciones del socialismo científico y el comunismo.
No hay, por tanto, colaboración posible entre estas dos concepciones de la lucha política.
Hoy el reto del Partido Comunista es el de ganar la conciencia de amplios sectores de la clase obrera y los sectores populares para la causa de la revolución. Y la actual agudización de la lucha de clases, facilita ese proceso, que ayer era más difícil.
Por ello nuestra prioridad es la acción del Partido con las masas, explicar nuestro programa político, organizar al pueblo trabajador, movilizar y luchar.
El ataque es directamente contra el capitalismo como sistema, y no contra una u otra forma de capitalismo.
Para ello estamos formando una nueva generación de militantes de la revolución, que aprenden ya sin los vicios de la herencia reformista, y que interiorizan la lucha de masas como su prioridad militante.
El enemigo de clase detecta los avances de la organización de vanguardia y pone en marcha sus estrategias de acoso y derribo. Nos han menospreciado, llegan tarde. No somos aún lo suficientemente grandes, pero si lo suficientemente fuertes como para resistir sus ataques; ahora esos ataques ya nos fortalecen, nos hacer crecer y arraigan nuestras convicciones.
El capitalismo seguirá en su crisis sin solución, y el Partido Comunista seguirá creciendo y fortaleciéndose en la lucha de masas. Por ello el pueblo trabajador va contando ya con la herramienta necesaria para su emancipación. Nuevos procesos de unidad harán avanzar este camino, como el que próximamente hemos de concluir con los camaradas de Unión Proletaria; y ese es un camino que no está finalizado, sino que seguiremos trabajando en él para conseguir la completa unidad comunista.
Por todo lo dicho, la crisis capitalista no es un cuento, es una dura realidad que castiga violentamente al pueblo y a toda la humanidad; pero, en esta situación, el avance de las fuerzas revolucionarias se dará de una forma acelerada y ganando influencia política día a día. El desenlace tiene que significar un fuerte avance de la capacidad de lucha de la clase obrera, y su acercamiento a posiciones que nos permitan organizar el asalto a las estructuras de poder de la burguesía, hacia la construcción de la sociedad socialista. El final sí que puede ser feliz.
Carmelo Suárez
Secretario General del PCPE
Candidato al Congreso por Las Palmas

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