Los mayas vieron movimientos telúricos extraños. Una asechanza
embozada en el Sur de Europa. Sin dudarlo, lo interpretaron como “el fin
del mundo”. Este inextricable diagnóstico sólo se ha equivocado en una
cosa: el final de este orbe no era general, sólo era parcial. Sólo
afectaba a la Península Ibérica.
El año natural entre los dos solsticios de invierno ha sido el más
negro que conocen los siglos y los huesos de los nativos. Una plaga de
langosta que responde al nombre de Partido Popular nos ha caído, como
una anulación colectiva, encima.
La primera plaga ha sido instaurar la mentira como razón de estado.
Mentir y hacer un acopio continuo de mentiras, un simulacro del fin de
la dignidad y la historia, al mismo tiempo. Todo lo que han dicho, dicen
y dirán es mentira. Han perdido toda legitimidad para gobernar al
hacerlo con unas medidas que nunca ofertaron a los votantes.
Iban a acabar con el paro y hay medio millón de parados más. No iban a
subir los impuestos y los han subido todos, el IVA, el IRPF, las tasas
judiciales, el repago farmacéutico, las matrículas universitarias, la
luz, las gasolinas, las ambulancias…
Han hecho una Reforma Laboral leonina, han regalado la justicia
social a cuatro delincuentes con nombre de empresarios. Han desahuciado a
medio país. Han reducido a cenizas el estado de bienestar. Han puesto
proa a la absoluta privatización de la sanidad y la enseñanza. Han
diseñado una justicia para ricos. Han atracado en sus ingresos a los
funcionarios y pensionistas. Han metido en el cajón del olvido las
ayudas a dependientes.
Han criminalizado la protesta social, pretende acabar con el derecho
de huelga y limitar al ridículo el de manifestación. Han instaurado un
estado policial. Un Parlamento inútil donde se legisla por decreto.
Ignoran y desprecian al pueblo, las iniciativas legislativas populares y
a las minorías.
Han reducido a la mínima expresión los derechos sociales y civiles.
Han enfrentado a las autonomías. Han empeorado el conflicto catalán a
límites de histeria. Maltratan a Andalucía y mantiene privilegios
inadmisibles de las clases dominantes y de la Iglesia. Han implantado
unas tasas universitarias ignominiosas. Han transferido un 23 % de las
rentas del trabajo a las del capital.
Y hacen pagar a la ciudadanía las
burbujas y las deudas (58.000 millones) de unos desalmados con nombres
propios y de banqueros.
Han amnistiado a los defraudadores, indultado a los torturadores y
nombrado “defensora del pueblo” a una señora marquesa. Que no se inmuta
cuando atracan en dos mil millones a nueve millones de pensionistas y se
indigna cuando empujan a una cajera de supermercado.
Han “pisado los callos” de media humanidad. Se han enfrentado a
trabajadores, sindicatos, médicos, enfermeros, escolares,
investigadores, funcionarios, autonomías, educadores, personas
dependientes, universitarios, jueces, bomberos, fiscales, policías,
ecologistas, catalanes, abogados, mineros, asociaciones de padres de
alumnos, enfermos, pensionistas…
Con los únicos que no se han enfrentado han sido con los banqueros y
con los curas. Rouco, preside, virtualmente, cada Pleno del Congreso y
cada Consejos de Ministros, y Rodrigo Rato, Matas y Camps son sus
“modelos” a imitar.
¿Y todo para qué? El paro, que era su demagógica coartada, siga
imparable, el déficit incontenible, las tarifas eléctricas inabordables,
el empobrecimiento general y las previsiones macroeconómicas al
desastre.
El mundo, nuestro mundo, ha estado a punto de acabarse.
En esta tesitura la ecuación es muy fácil. O acabamos con ellos o ellos acaban con nosotros.
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