domingo, 23 de diciembre de 2012

Balance del año en que (casi) se acabó el mundo.

Los mayas vieron movimientos telúricos extraños. Una asechanza embozada en el Sur de Europa. Sin dudarlo, lo interpretaron como “el fin del mundo”.  Este inextricable diagnóstico sólo se ha equivocado en una cosa: el final de este orbe no era general, sólo era parcial. Sólo afectaba a la Península Ibérica.

El año natural entre los dos solsticios de invierno ha sido el más negro que conocen los siglos y los huesos de los nativos. Una plaga de langosta que responde al nombre de Partido Popular nos ha caído, como una anulación colectiva, encima.


La primera plaga ha sido instaurar la mentira como razón de estado. Mentir y hacer un acopio continuo de mentiras, un simulacro del fin de la dignidad y la historia, al mismo tiempo. Todo lo que han dicho, dicen y dirán es mentira. Han perdido toda legitimidad para gobernar al hacerlo con unas medidas que nunca ofertaron a los votantes.

Iban a acabar con el paro y hay medio millón de parados más. No iban a subir los impuestos y los han subido todos, el IVA, el IRPF, las tasas judiciales, el repago farmacéutico, las matrículas universitarias, la luz, las gasolinas, las ambulancias…

Han hecho una Reforma Laboral leonina, han regalado la justicia social a cuatro delincuentes con nombre de empresarios. Han desahuciado a medio país. Han reducido a cenizas el estado de bienestar. Han puesto proa a la absoluta privatización de la sanidad y la enseñanza.  Han diseñado una justicia para ricos. Han atracado en sus ingresos a los funcionarios y pensionistas.  Han metido en el cajón del olvido las ayudas a dependientes.

Han criminalizado la protesta social, pretende acabar con el derecho de huelga y limitar al ridículo el de manifestación. Han instaurado un estado policial.  Un Parlamento inútil donde se legisla por decreto. Ignoran y desprecian al pueblo, las iniciativas legislativas populares y a las minorías.
Han reducido a la mínima expresión los derechos sociales y civiles. Han enfrentado a las autonomías. Han empeorado el conflicto catalán a límites de histeria.  Maltratan a Andalucía y mantiene privilegios inadmisibles de las clases dominantes y de la Iglesia. Han implantado unas tasas universitarias ignominiosas. Han transferido un 23 % de las rentas del trabajo a las del capital.

Y hacen pagar a la ciudadanía las burbujas y las deudas (58.000 millones) de unos desalmados con nombres propios y de banqueros.
Han amnistiado a los defraudadores, indultado a los torturadores y nombrado “defensora del pueblo” a una señora marquesa. Que no se inmuta cuando atracan en dos mil millones a nueve millones de pensionistas y se indigna cuando empujan a una cajera de supermercado.

Han “pisado los callos”  de media humanidad. Se han enfrentado a trabajadores, sindicatos, médicos, enfermeros, escolares, investigadores, funcionarios, autonomías,  educadores, personas dependientes, universitarios, jueces, bomberos, fiscales, policías, ecologistas, catalanes,  abogados, mineros,  asociaciones de padres de alumnos, enfermos, pensionistas…

Con los únicos que no se han enfrentado han sido con los banqueros y con los curas. Rouco, preside, virtualmente, cada Pleno del Congreso y cada Consejos de Ministros, y Rodrigo Rato, Matas y Camps son sus “modelos” a imitar.
¿Y todo para qué? El paro, que era su demagógica coartada, siga imparable, el déficit incontenible, las tarifas eléctricas inabordables, el empobrecimiento general y las previsiones macroeconómicas al desastre.

El mundo, nuestro mundo,  ha estado a punto de acabarse.
En esta tesitura la ecuación es muy fácil. O acabamos con ellos o ellos acaban con nosotros.

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