La creatividad económica de los obreros más allá del trabajo
asalariado
Algo interesante ocurre en la ciudad de Stuttgart, una de las historias
regionales de éxito del sistema alemán de Mitbestimmung o «participación»
en el que los trabajadores tienen un papel en la gestión de las compañías.
La tendencia dominante en Alemania es que la participación se convierta en un
«corporativismo de crisis» donde los sindicatos pactan menos salario por más
horas para, supuestamente, mantener los puestos de trabajo. Sin embargo en la
zona productiva del sur de Alemania, los sindicalistas defienden que los
trabajadores no sólo tengan un control real sobre las condiciones y horas de
trabajo sino también sobre la finalidad de su trabajo.
En los servicios públicos de Stuttgart el sindicato Verdi ha combinado la
lucha resuelta por los salarios y las condiciones de trabajo con una campaña
eficaz y popular para mejorar y defender los servicios públicos. En respuesta,
el gobierno de la ciudad -una coalición del SPD, Green, Die Linke y el partido
local Stuttgart Ökologisch Sozial- ha procedido a «re-municipalizar» varios
servicios que el anterior gobierno de la ciudad (del CDU) privatizó.
Mientras tanto un grupo radical dentro del sindicato IG Metall de las
fábricas Daimler Mercedes -donde hay 20.000 trabajadores- va más allá de la
negociación del precio de la mano de obra y busca menos horas de trabajo y una
visión alternativa del futuro de la industria del automóvil.
“Hay mucha inteligencia en esta fábrica”, según el delegado sindical Tom
Adler, también miembro activo de Stuttgart Ökologisch Sozial. “Nuestros
diseñadores e ingenieros son capaces de pensar más allá del automóvil”. Su
visión es minoritaria, pero esta minoría crítica -que publica un periódico para
la fábrica, Alternativ- ganó el 25% de los votos en las elecciones
sindicales.
El choque de expectativas
La reacción de los trabajadores a la destrucción de los servicios públicos y
la perversión de la «participación» indica que las medidas de austeridad chocan
con el legado de dos periodos de reforma democrática e igualitaria. El primero
fue la reconstrucción de la posguerra, lo que incluía el Estado del bienestar, y
el segundo la «participación» que se reforzó en respuesta a las rebeliones de
los años 60 y 70.
Sin embargo la resistencia de ahora, en Stuttgart como en otras partes de
Europa, no responde sólo a la erosión de las instituciones creadas durante estos
periodos de reforma, ya que a fin de cuentas dicha erosión está en marcha desde
hace una década. Es un choque profundo e incierto entre generaciones de
culturas, expectativas y, cada vez más, de actividades configuradas por estos
periodos de reforma y rebelión. El pueblo espera, o al menos cree que tiene
derecho a ellas, la igualdad cultural y económica junto con el trabajo digno y
con sentido que va emparejado a las décadas de expansión de la educación
superior.
Las iniciativas económicas, fruto de los valores sociales y ecológicos,
proceden ahora de fuentes distintas de los modelos económicos tradicionales.
Incluyen la formación de cooperativas de trabajadores, en vez de aceptar los
dictados ruinosos de los bancos, y de cooperativas de energía renovable entre
trabajadores y consumidores con el fin de combinar habilidades que cumplan con
las necesidades, todo basado en los valores compartidos (A different way of
doing things, Red Pepper abril/mayo 2012).
Existen también las redes de hackers autónomos y los locos informáticos que
inventan software abierto y libre y crean la infraestructura esencial de los
bienes comunes digitales de nuestra sociedad (Viral spirals, Red Pepper
agosto/septiembre 2010 y The coming of the commons [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=154554],
Red Pepper junio/julio 2012). Hay sindicalistas que trabajan para el bien
común para defender o mejorar los servicios públicos o para obligar a sus
empresas a crear puestos de trabajo en torno al medio ambiente.
La creatividad económica también está presente entre los activistas de las
plazas y Occupy a quienes estas plataformas de indignación han permitido
colaborar y crear o fortalecer alternativas económicas. Estas combinaciones de
rechazo y creación han dado lugar a todo tipo de cooperativas y centros
culturales y sociales.
La creatividad colaboradora
Lo que tiene en común esta actividad diversa es que está basada en formas
colaboradoras de creatividad que no tiene propietario ni patente ni es
privada.
Se trata de mano de obra que no se puede entender en los mismos términos que
el contrato salarial convencional donde los trabajadores venden su creatividad a
los dueños de los medios de producción. Se trata también de que la fuerza de
trabajo se autoorganice sobre la base de los valores sociales que son
subyacentes al propósito, uso o contexto de la misma.
La difusión de las tecnologías de la información, del conocimiento y de la
comunicación no sólo permite que se compartan la pericia teórica y los
conocimientos prácticos a una escala hasta ahora inimaginable, sino que además
crea herramientas para la cooperación y la coordinación autogestionada de
procesos más complejos, transnacionales, y donde intervienen múltiples actores.
(Estas tecnologías, sin embargo, son también una esfera de ambigüedad y
contestación, ya que son herramientas de coordinación que también pueden
utilizarse como formas sofisticadas de vigilancia y control por parte de la
dirección).
Todos estos acontecimientos ilustran asimismo el significado de la democracia
-transparencia, participación en la toma de decisiones, reconocimiento y
significado de compartir fuentes plurales de conocimiento- como fuente de
productividad, es decir una nueva economía. El académico de Wisconsin, Joel
Rogers, lo llama «democracia productiva».
El tablero de ajedrez se desintegra
En este contexto hablar de «estrategia industrial» da ahora la sensación de
ser un tablero de ajedrez algo inanimado: un agente de cambio (el Estado) y las
piezas en su sitio (las compañías privadas). El Estado tiene la visión de
conjunto y mueve las piezas hacia el objetivo final de un PIB cada vez mayor.
Pero en realidad las piezas tradicionales del tablero se desintegran; se parecen
más a las figuras de un cuadro de Salvador Dalí. Y nadie tiene ya la visión de
conjunto, si alguna vez existió.
¿Qué significado tendría que las políticas industriales sirvieran no tanto
para estimular al sector privado a invertir sino para liberar, desarrollar y
extender la creatividad de la fuerza del trabajo? ¿Cómo se extiende y fortalece
la «democracia productiva»? ¿Cómo realzar las capacidades de aquellos
trabajadores cuyos «únicos» medios de producción son su potencial creativo y la
cooperación social mediante la cual pueden desarrollar y ejercer este
potencial?
La democracia productiva y la creatividad cooperativa de la fuerza de trabajo
adoptan muchas formas híbridas que están empezando a conectarse entre sí. Las
políticas industriales deben primero explorar y entender el potencial, los
límites y las formas bajo las que en la práctica tiene lugar, en áreas
aparentemente diferenciadas, este replanteamiento de la fuerza de trabajo más
allá del contrato asalariado.
Emerge primero de los retos a los que se han tenido que enfrentar las
organizaciones sindicales al defender los empleos tanto productivos como en los
servicios públicos. En retrospectiva podemos considerar el edificante «plan
corporativo alternativo para productos socialmente útiles» que redactaron y
defendieron a mediados de los años 70 los delegados sindicales de Lucas
Aerospace como un ejemplo precoz de alternativa hecha por los trabajadores que
se enfrentan a un punto muerto en términos de estrategias sindicales defensivas
tradicionales.
En el caso de Lucas Aerospace se llegó a la conclusión de que el
mantenimiento en el tiempo de los empleos, por sí sólo, fue una manera de
combatir la pérdida de empleo y al mismo tiempo de no desperdiciar las
habilidades de generaciones actuales y futuras al ponerlas al servicio de
finalidades socialmente útiles. Esta toma de conciencia, junto con un apoyo
político inicial, llevó a los delegados sindicales a actuar sobre la base de la
utilidad de sus conocimientos y utilizar con eficacia su capacidad organizativa
(la unión de los trabajadores de todas las fábricas y todos los niveles
profesionales) con el fin de compartir estos conocimientos y desarrollar una
alternativa industrial. Esto centró la negociación colectiva y las campañas
políticas en torno a los empleos útiles.
Fue un ejemplo de lo que podría haber sido la democracia productiva si el
gobierno laborista del momento hubiera apoyado las políticas industriales
orientadas a la liberación de la creatividad de la fuerza de trabajo. También
fue producto de la fuerte organización a nivel de fábrica junto con el poder de
negociación, ahora escasos en las fábricas. Pero permitió vislumbrar lo que es
posible.
Más recientemente el reto de defender los servicios públicos ha impulsado a
los sindicalistas a organizarse en torno a la finalidad y utilidad de su
trabajo. Hay ejemplos de esto en la colaboración entre sindicatos, políticos y
gestores públicos, lo que ha convertido los gobiernos locales de Noruega en
zonas prácticamente libres de privatización y en la transformación, encabezada
por los sindicatos, de la corporación municipal de Newcastle (Public Service
Reform But Not as We Know It, Hilary Wainwright).
Estas experiencias y muchas más dan testimonio del papel de la mano de obra
organizada como impulsora de la productividad de índole pública y no
necesariamente monetaria. Es en el sector público donde los sindicatos tienen
probablemente más poder de negociación, organización y permiso regulado para
dedicarlos a tareas sindicales y sociales que tengan impacto.
El replanteamiento de la fuerza de trabajo ha tenido lugar también mediante
la renovación del movimiento cooperativo y la tendencia poderosa y ambigua de
las nuevas formas de colaboración que representan la producción distribuida
entre iguales y los bienes comunes digitales. Esta área no está diferenciada de
las demás: tiene la capacidad de extenderse tanto al poder transformador de los
trabajadores que ya se han replanteado lo que implica la fuerza de trabajo
dentro del empleo convencional como a la escala y alcance de las
cooperativas.
Cómo se conectan entre sí estas tendencias para ser fuente de fortaleza y
conocimientos mutuos como organizaciones conscientes de la creatividad social es
un área vital de trabajo en torno a temas prácticos y dilemas compartidos.
Puestos de trabajo relacionados con el medio ambiente y la negociación
social
Un contexto de convergencia muy significativo es el que se refiere a los
empleos relacionados con el medio ambiente. Ya hemos mencionado el crecimiento
de cooperativas que crean y distribuyen energía renovable. Los estragos causados
por el cambio climático animan a algunos sindicalistas a exigir que a los
trabajadores, estén parados o empleados en industrias de alta emisión de
carbono, se les permita desplegar sus conocimientos para fabricar turbinas
eólicas, calentadores de agua solares y demás infraestructura de la industria de
baja emisión de carbono.
Por ejemplo, en Sudáfrica el sindicato de trabajadores metalúrgicos Numsa ha
creado grupos de investigación y desarrollo en los que delegados sindicales de
toda la industria energética colectivizan sus conocimientos y los de sus
comunidades (que utilizan los calentadores de agua solares, por ejemplo). La
negociación y las campañas se utilizan para presionar a los empresarios y al
gobierno a poner en práctica sus compromisos con la estrategia de baja emisión
de carbono de un modo que cree empleos dignos para los millones de personas
actualmente paradas.
También en el Reino Unido hay una tendencia similar. La ocupación de la
fábrica Vestas de turbinas eólicas por parte de los trabajadores en 2009 suscitó
la convergencia de sindicalistas y activistas del medio ambiente en torno a la
creación de empleos relacionados con el medio ambiente que tres años más tarde
ha unido sindicatos y el movimiento cooperativo, especialmente cooperativas de
energía.
Las ciudades también constituyen otro foco potencial de afianzamiento mutuo
de las distintas formas de democracia productiva. Siguiendo el ejemplo de
campañas y cambios en las políticas de Stuttgart y otros lugares, ¿puede el
sector público transformarse democrática, abierta e igualitariamente en contra
de las fuerzas de la mercantilización? Si así fuera podría ser un importante
actor económico, sobre todo en centros urbanos, con un poder de negociación
considerable como contratista, empresario, marcador de tendencias y creador de
nuevas infraestructuras comunicativas.
El mes pasado el jefe de UN-Habitat Joan Clos vaticinó un
tsunami de urbanización. A medida de que los trabajadores y ciudadanos se
organizan en torno a valores sociales y democráticos compartidos, lo que incluye
la calidad de vida y el trabajo en su localidad, las ciudades podrían llegar a
ser centros regionales del poder de negociación social. A fin de cuentas las
corporaciones globales tienen que invertir todavía en algún tipo de localización
física y vender a gente real que vive en alguna parte.
De los espíritus animales a la soberanía de la fuerza de trabajo
Las políticas industriales gubernamentales de los últimos 30 años se basan en
la propiedad privada como condición esencial de la creatividad económica y la
creación de riqueza. Esta ecuación de negocio privado con el espíritu
empresarial y la creatividad -que recibió un golpe mucho más allá de su peso
intelectual con la «victoria» del «libre mercado» en el bloque soviético- se ha
convertido en una de las ideas sobre las que Keynes comentó: “Los hombres
prácticos, que se consideran libres de influencia intelectual, a menudo son
esclavos de algún economista fallecido”.
Pero el énfasis puesto por Keynes en el gasto público como forma de estimular
los «espíritus animales» de los inversores privados tampoco es suficiente. No
hace justicia a las prolijas fuentes de creatividad económica que han aflorado,
algunas de ellas más allá tanto del mercado capitalista como del Estado, que
podrían prosperar con el apoyo público adecuado.
Mariana Mazzucato [economista italiana] propone y describe un papel creativo
y no meramente estimulador del Estado. Pero el Estado necesita siempre tener
aliados creativos dentro del proceso productivo. Históricamente, tanto para los
seguidores de Keynes como para los neoliberales, este papel lo ha jugado el
negocio privado.
Mi argumento es que los diseñadores de las políticas necesitan ahora estudiar
cómo apoyar la creatividad económica de millones de personas, estén en activo o
en trabajos precarios fuera del mercado laboral formal. Actualmente estas
habilidades se desperdician.
Requieren formas específicas de apoyo del Estado y de las organizaciones que
comparten o podrían compartir en el futuro los mismos objetivos. Estas
organizaciones podrían incluir sindicatos, el movimiento cooperativo, algunos
sectores de la Iglesia [se entiende anglicana, ya que la autora habla del Reino
Unido], fundaciones y los crecientes experimentos, tales como
crowdfunding, fondos de préstamos controlados, etc.
En lo que se refiere a los lugares de trabajo que ya existen, necesitamos que
los Estados no sólo restablezcan y extiendan los derechos que protegen las
luchas sindicales por salarios y condiciones, sino que también den a los
trabajadores el derecho a controlar la finalidad de su trabajo; por ejemplo la
prohibición legal de cierres y pérdida de empleo sin el análisis público de
alternativas y en el caso de grandes compañías investigaciones públicas que
presenten alternativas. La fuerza de trabajo es un bien común y no debe
desperdiciarse.
Necesitamos una nueva «estrategia industrial» que apoye la creación de valor
que no sea sólo monetario y requiera autonomía de las presiones del mercado e
incluya una «renta ciudadana» básica. Reducir las horas de trabajo sería otra
medida que contribuiría al mismo fin.
Tales medidas no sólo permiten a la gente ser productiva fuera del trabajo
asalariado, también crean un marco social que ofrece una forma de reconsiderar
la importancia del trabajo frente a otros usos sociales del tiempo.
Necesitamos también una política regional que apoye realmente a las ciudades
como centros de desarrollo económico, mediante el empleo público directo, y a
las cooperativas que involucran a los bancos regionales. Éstas podrían aprender
de las operaciones del banco Mondragón y llegar a ser fuente de apoyo y
coordinación para las redes de cooperativas y otros medios colaboradores que
nutren y materializan la creatividad de la fuerza de trabajo en vez de operar
como bancos tradicionales.
La experiencia de Mondragón es importante porque el éxito de sus
instituciones se basa en la soberanía de la fuerza de trabajo como el principal
factor de
«Transformación de la naturaleza, la sociedad y los propios seres humanos».
De esta manera divisamos cómo el principio de las finanzas -y por extensión las
instituciones del Estado- sirven a la fuerza de trabajo y su potencial creador y
no al revés.
Éstas son meras ilustraciones de políticas industriales que reconocen las
habilidades de generaciones configuradas por expectativas de igualdad cultural,
política y económica. La ejecución de estas aptitudes como recurso para un nuevo
modelo de desarrollo económico requiere la reconstrucción de los beneficios del
reparto del Estado del bienestar. También requiere ir más allá.
Tenemos que crear no sólo el pleno empleo sino las condiciones que permitan a
las personas actuar colectivamente con el fin de afrontar las necesidades de una
sociedad cambiante y un planeta precario.
Hilary Wainwright es editora fundadora de Red Pepper
y miembro del Transnational Institute
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