Va de ducados, de Palma, de em-palma-dos y, sobre todo, de malversación de fondos públicos, evasión de capitales, estafas empresariales y derrumbes de régimen. Más concretamente: de falsedades permitidas y/o alentadas.
“El PP -¡el PP mallorquín!- ha pedido al Rey que Urdangarin deje de llamarse duque de Palma”. Es el titular de la información de Andreu Manresa en el diario global-imperial [1]. La coletilla: “El Ayuntamiento de la capital balear dice que hizo “mal uso” del título”. A finales de enero, el Consistorio palmesano, donde el PP tiene mayoría absoluta, decidió retirar el nombre de los duques de Palma a una vía central de la ciudad. Recuperará su denominación tradicional: La Rambla. Otros partidos del municipio pretendían que “los duques de Palma dejen de serlo, que se les retire el título y que a Urdangarin se le exija la devolución de los caudales públicos supuestamente malversados”. El PP, como era de esperar, se opuso. Con esas vindicaciones “radicales”, señaló, se pretende “ir contra la Monarquía”. Y de eso nada, doña Ana. Son así, sería absurdo esperar otra cosa. Julio Martínez, portavoz del Ayuntamiento, declaró recientemente que el intento de distanciarse de Iñaki Urdangarin –amigos íntimos hasta hace muy poco, colegas de todo- no está relacionado con la millonaria fianza impuesta al yernísimo. Por supuesto.
Regresemos brevemente al pasado, vale la pena. En 1998, la Rambla de Palma pasó a llamarse “La Rambla de los duques de Palma”. A pesar del nuevo nombre, la ciudadanía siguió llamándola La Rambla, la designación que también ahora recuperará. El entonces nuevo nombre era largo y feo. Y algo antes, recuerda Manresa, en homenaje a Mussolini y al fascio, el franquismo la había bautizado como Vía Roma. La ciudadanía, dando ejemplo de admirable racionalidad práctica, tampoco hizo caso alguno en aquellos nefastos días. La Rambla era la Rambla. Por supuesto: los intentos frustrados de cambio nominal acaso tengan su hilo conductor.
Pero hay más historia: Urdangarin, consorte de la infanta Cristina, ha usado en sus rúbricas y referencias oficiales el título de “Duque de Palma”. Está en el conocimiento de todos… y en las revistas de corazón y “prensa seria” de toda la vida. La Zarzuela, finalmente, ha sacado el conejo de poblada chistera y ha aclarado que en realidad no lo es, que ha “prevaricado” semánticamente. La historia de la “confusión”:
El título ducal se lo concedió el Rey borbón a su hija en 1997, con motivo de su boda con el ex jugador del Barça y de la selección española de balonmano. Solo a ella, no hay transmisión matrimonial del privilegio. En el BOE, cuenta Manresa, don Juan Carlos I, o su escribidor que diría su amigo don Mario Vargas Llosa, lo explicó así: “En atención a las circunstancias que concurren en mi muy querida hija su Alteza Real doña Cristina de Borbón, Infanta de España, con ocasión de su matrimonio y como prueba de mi profundo afecto y cariño, he tenido a bien concederle, con carácter vitalicio, la facultad de usar el título de Duquesa de Palma de Mallorca”.
Existe, pues, la duquesa de Palma pero no, en cambio, el duque de Palma. El Duque palmesano era, más bien, un diseñado ente de ficción, un guaperas con ropa pija para entretener al personal y salir posando al lado de la Infanta y de su numerosa familia, y para usar el nombre ducal en “creativas” operaciones de “emprendedores atrevidos”.
Pero, si fue así, si es así, ¿cómo es que no se ha dicho nada hasta ahora? ¿Por qué se ha impuesto el silencio? ¿No sabía la casa Real que alguien de su entorno inmediato usaba “acreditaciones” que no le correspondían? ¿El Jefe del Estado no sabía que su yernísimo decía llamarse Duque de Palma sin serlo? ¿No hablaban, no intercambiaban experiencias? ¿Tampoco tenía conocimiento del caso el secretario de las Infantas u otros componentes y expertos de la muy dotada Casa Real? ¿Le fue útil a don Iñaki Urdangarin esta presentación falsaria para sus tejemanejes empresariales? ¿Se benefició el entramado UBT del falso ducado? ¿Qué rentabilidades obtuvo? ¿Y doña Sofía, no les dijo nada doña Sofía, ella siempre tan precisa, cuando visitó a la pareja real en su exilio usamericano? ¿Tampoco sabía nada del falsario ropaje la primera multinacional de España? ¿El señor Alierta no estaba informado de esta “confusión”? ¿Toda la prensa española ignoraba un detalle tan esencial? ¿Hemos llamado o se ha llamado Duque de Palma durante quince años a alguien que no era tal? ¿Una o más calles han sido nombradas con una denominación –“Duques de Palma”- cocinada acaso en una apuesta calculada? ¿La Duquesa de Palma no sabía nada del asunto? ¿Tampoco de esto? ¿Y nosotros y el país con estos nervios y con estos juegos falsarios de espejos y titulaciones? ¿Hasta donde llega la infamia y el vivir del cuento en los alrededores más próximos a la Casa Real borbónica española? ¿No sabía tampoco el príncipe que su cuñado se les daba de lo que no era? ¿Ni los servicios especiales del Estado? ¿Ni en ESADE tampoco sabían nada de nada? ¿La burguesía catalana a la que se le caía la baba cuando hablaba de la pajarita no tenía ni idea de este problemilla, de esta titulación impropia? ¿Y los “expertos”, los “especialistas” en asuntos de la realeza en las revistas del corazón alienador no sabían tampoco de qué iba la historia ducal? ¿Es posible un fallo tan garrafal? ¿No tiene el Príncipe secretarios e informadores? ¿Tampoco sabía nada doña Leticia y eso que en su día fue periodista? ¿Nadie sabía nada o es que más bien todos sabían todo? ¿Qué conjetura es más razonable?
A la hija del Rey, a doña Cristiana Caixabank, no se le va a retirar la distinción, se sostiene en La Zarzuela. Es para siempre. ¿Y por qué? ¿En cualquier circunstancia? ¿Aunque se muestre o demuestre que la directiva de la entidad de don Fainé, esa empresa-buitre a la que el Estado le ha regalado por un par de euros el Banco de Valencia a costa, una vez más, del dinero y esfuerzo de todos los ciudadanos, conocía algunos detalles de la trama Nóos-Aizoon? ¿Seguirá siendo infanta y duquesa, con sus respectivas prolongaciones? ¿Pase lo que pase? ¿De por vida? ¿Representará incluso a España en alguna ocasión? ¿También ella está más allá del bien y del mal? ¿Quiénes más se ubican en territorios tan antirrepublicanos?
El olor, el esperado olor de la caída de la Segunda Restauración borbónica invade calles, plazas y ciudades.
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