Tiempos diferentes exigen reflexiones y propuestas también distintas.
Escribía en 1998 Alain Badiou que la crisis actual es hoy “general, no sólo del
Estado-partido del Este, sino también del Estado-partidos del Oeste” o, lo que
es lo mismo, que, a partir del descalabro soviético, tanto en el Este como en el
Oeste, “la historia de la política comienza”, un comienzo marcado por “el
descrédito de toda presentación estatal de la verdad”. Se acaba algo y el
renacer a otra cosa es fatigoso cuando atendemos a las palabras de Rimbaud,
“tenir le pas gagné”, conservar lo ganado y tratamos de “dotar de un cuerpo al
pensamiento que, colectivamente remembrado, ha sabido hallar el gesto público de
la insumisión que lo funda”. Vivimos, nadie lo duce, un pasional y peligroso
reinicio de la historia de la política.
Conviene recordar que ya en 1947 Victor Klemperer advertía en “LTI”, “Lengua
del Tercer Reich”, sobre lo dañina que fue la falta de atención social a la
perversión de la lengua en aquellos años, los más escalofriantes de la reciente
historia de Europa, un peligro que el autor explicitaba citando a Franz
Rosenzweig: “el lenguaje es más que sangre”. Busco, por ello, la precisión que
permite razonar a partir de ideas que creo sólidas, acudo a los que piensan y
encuentro que la palabra crisis, tan actual, en su origen griego define el
“desenlace o momento resolutivo en el que se configura el curso de un nuevo
futuro”, que las crisis “no destruyen más que lo muerto que arrastramos como un
lastre” y que tras ellas todo renace. También encuentro que Karl Marx, tan
actual en su teoría como lejano a lo que hoy llaman socialismo, dice en los
“Grundisse“ que las crisis “son soluciones violentas que restablecen
pasajeramente el equilibrio roto”, ya que “en la Historia, como en la
Naturaleza, la podredumbre es el laboratorio de la vida”. En tales momentos
deben saber los vivos quien y qué es lo muerto que arrastran como lastre,
soltarlo e impedir que el lastre, incluso el muerto, lo hagan con ellos, como
hoy intentan.
Vivimos momentos de radicales contradicciones, esos en los que Marx exige
luchar por la libertad e igualdad entre los hombres, momentos en que la
progresía violeta sigue a la boba derecha y, juntas, hablan de simples problemas
coyunturales, ocultan vivir el preludio de profundas cambios estructurales y,
siervos cómplices de los muy ricos que causaron la crisis, pretenden reconstruir
el mundo a su conveniencia.
Explican Maquiavelo en “El Príncipe” y Clausewitz, de otro modo, en “De la
guerra” que sólo el temor a tener enfrente una fuerza tan potente como la suya
disuade al poder agresor y que en la crisis, como en la guerra, no hay
consensos, ni diálogo entre clases o culturas, no hay pamplinas, cada uno pelea
por lo suyo. No hay posibilidad de persuasión y, lo mismo que la guerra no
admite pacifismo, la disuasión en la crisis no permite cobardía o pactismo. Aquí
ahora los datos no pueden ser peores, la impudicia reina mientras anhelamos
consensos o regalos ¡Qué pensarían de nosotros Marx, Klemperer, Maquiavelo,
Clausewitz,...!
Creo que es en El malestar de la cultura donde Freud identifica dinero y
mierda, sucia relación, enfermedad de los muy ricos que intentan adecuar, aun
más, el sistema a su gusto y conveniencia e, inmorales, abjuran por un rato del
liberalismo sacro, socializan pérdidas, nos cargan el corrupto costo de sus
fechorías y hacen aplaudir la siniestra filosofía vital de personajes que, como
El Roto explica, tienen un nivel económico de vida muy superior al de
conciencia. El viejo capitalismo europeo configura el futuro intentando
alejarnos de los restos de la Ilustración y la revolución francesa, obviando
cuan peligroso y cerca está el capitalismo más salvaje de China, Rusia, India,
países emergentes,... Sin partidos ni sindicatos que nos ayuden, si queremos
intervenir en el futuro, o al menos tenerlo, deberemos buscar nuevas formas de
lucha, sin temer a las palabras sino sus efectos.
La insurrección que analistas ven necesaria no es hoy un movimiento
revolucionario que se propague por resonancia y que, igual que el incendio
forestal, progrese por contacto a partir de una chispa, la “Iskra” de Lenin,
sino una música única, con mil centros separados en el tiempo y el espacio, cada
uno con el ritmo de su propia vibración. Desobedientes e insumisos deberemos
generar mínimas insurrecciones cotidianas que, en medio del caos que hoy es la
crisis, nos acerquen a la idea práctica de un mundo lógico, libre, justo,
igualitario. Desobediencia, insumisión, insurrección y, acaso al final,
revolución, marcan la ruta.
A finales del siglo XVIII, en los albores de la era que ahora se extingue,
Robespierre planteaba de modo elíptico la que para los revolucionarios franceses
fue único cauce en la actividad política: o corrupción o terror, pues hoy como
entonces, corrupción y terror son potencias constituyentes y cada una se ofrece
al ciudadano, como mal menor, para salvarlo de la otra; dos vistas de lo mismo
que se apuntalan. Ahora es peor, todo está organizado para que, desde el terror,
sea la corrupción la que nos mande, no hay tres poderes, Montesquieu ha muerto y
el ciudadano indefenso, con el carné en la boca y de uno en uno, vigilado por
corruptos, más vale que calle.
Dice Eduardo Galeano que “nuestro enemigo principal no es el imperialismo, ni
la burguesía, ni la burocracia, es el miedo, y lo llevamos adentro” y Domitila
Barrios, minera, una de las cinco mujeres que, con su huelga de hambre, provocó
en 1978 la solidaridad de todos y la caída de la dictadura boliviana, añade: “No
sean bobos. Júntense. Nosotros, allá en Bolivia, nos juntamos. Aunque sea para
pelearnos, nos juntamos. Porque, digo yo, ¿existen los dientes si no se juntan
en la boca? ¿existen los dedos si no se juntan en las manos?”. Frente a
corrupción y poder, magma fétido, tengamos unión para escapar del miedo de ser,
de decir, de vivir; acabemos con terror, corrupción... y miedo. Nathaniel
Hawthorne definía una situación igual de grave cuando, a mediados del siglo XIX,
escribía que “el abismo es simplemente uno de los agujeros del pozo negro que
hay debajo nuestro”.
Releo gastados libros, revistas, panfletos viejos para días como estos y
recuerdo que en tiempos de abuso e injusticia la huelga es derecho frente al
atropello, irrenunciable arma cuya teoría y práctica nacen del anarquismo y de
un Marx sin “ismos”. Hay que volver a aquellos textos, saber que la huelga, arma
poderosa, es incontrolable, gérmen de insurrección en algún caso, que provoca
temores incluso en Engels. Desde el saber de mil fracasos, ahora es aun más
cierto lo que poco antes de ser asesinada, decía Rosa Luxemburg, que las huelgas
importantes deben ser políticas y buscar cambios estructurales. Hasta
narcotizados, la realidad muestra días mentirosos, duros, difíciles, anuncio de
cambios radicales. Y, siendo cierto que los sindicatos mayoritarios son hoy
aparato de Estado, nacerán nuevas luchas, una a una, en fábricas, barrios,
pueblos, ciudades,... y se crearán nuevas estructuras en torno a ellas; es la
esperanza. Walter Benjamín explica en su Tesis V sobre el concepto de la
Historia que “la lucha de clases (...) es la lucha por las cosas toscas y
materiales, sin las cuales no hay cosas finas y espirituales”, pero recuerda que
éstas “están vivas en esta lucha en forma de confianza en sí mismo, de valentía,
de humor, de astucia”. Conviene ahora recordar al Mao que decía que una chispa
es capaz de incendiar una pradera, saber que la Huelga General, conquista y arma
obrera, no es un juego como hoy parece y que, a falta de otra cosa y pese a
quienes la convocan, hay que apoyarla... y ver que pasa.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del
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