sábado, 5 de mayo de 2012

La reunión del BCE en Barcelona.

Una ciudad sitiada por las fuerzas del desorden.
 


No hablo de justicia social ni de valores socialistas ni siquiera de igualdad real de oportunidades. Dejémoslo en prudente y moderada racionalidad. ¿Es o no es razonable protestar por la reciente subida de las tasas universitarias decretada por el gobierno central con serviles y entusiastas apoyos autonómicos en muchos casos? ¿Exageran los estudiantes cuando afirman que no es razonable que muchos de ellos, los de origen más popular, tengan dificultades añadidas para acceder o seguir carreras universitarias, sobre todo si no aciertan a la primera, enferman o pasan un mal momento? ¿Es o no es, como señalan portavoces del movimiento, una vuelta poco razonable a aquellos viejos –y supuestamente superados- tiempos donde la Universidad era asunto de élites y superdotados?
Hay otro asunto complementario en la ciudad, directamente relacionado por lo demás: la reunión en Barcelona del Banco Central Europeo. ¿No hay motivos para protestar por la política económica suicida, antiobrera y antipopular que tiene en este nudo de la troika dominante un lugar destacado de abono y dirección? Parece obvia la respuesta. Si tienen alguna duda, lean el artículo que el gran economista mexicano Alejandro Nadal ha publicado recientemente en La Jornada [1]. Un paso destacado: “[…] Hay que aceptar que la flexibilización de la política monetaria del Banco Central Europeo a través del programa de refinanciamiento de largo plazo (LTRO) es insuficiente frente a la ola de austeridad que la torpeza y cobardía de la clase política impuso en toda Europa. Aunque los bancos pueden ahora tomar recursos del ECB durante tres años a una ridícula tasa (1%) eso no les ha permitido superar las dificultades de una economía en plena contracción. En plena deflación, ni los hogares ni las empresas quieren tomar nuevos créditos. Europa se enfrenta a un doble efecto: por un lado el potente freno de la austeridad, y por el otro, el seudomotor de la liquidez en aumento por las operaciones del BCE. El resultado es evidente: la milagrosa receta de austeridad está ganando y conduce a una bancarrota anunciada y al sacrificio de una generación” [la cursiva es mía]
¡Sacrificio de una generación! ¿Hay motivos, pues, para disentir de una institución que debería esta al servicio de la ciudadanía europea, sobre todo de sus franjas más vulnerables, y que, por el contrario, se ha convertido en uno de los principales caballos de Troya del golpe institucional de las multinacionales en Europa? Los hay, se agolpan.
Hay -o había- libertades democráticas para ejercer ese derecho por la ciudadanía. Empieza a no parecerlo. “Le llaman democracia y no lo es”, cantamos en manifestaciones. Con razón: no, es más bien un régimen político oligárquico que cuida algunas formas, no todas. Pero no más.
Barcelona está tomada desde el pasado miércoles por la policía, los Mossos y la guardia civil, también por la benemérita. Un águila negra insistentemente planea por el cielo de la ciudad. En el momento en que escribo, mediodía del jueves 3 de mayo, una manifestación recorre las calles céntricas de la ciudad. Para acercarse a ella hay que superar 40 o 50 camionetas policiales desde la Plaza del obispo Urquinaona hasta la plaza de la Universidad, el lugar inicial de la concentración, y someterse a registros de Mossos, que cachean en ocasiones y miran bolsos y mochilas, sobre todo de los ciudadanos más jóvenes.
Los policías de paisano, todos ellos con el rostro cubierto, pero a las claras, incluso con brazaletes, y con aspecto de jóvenes manifestantes (“trabajadores” precarios probablemente de alguna empresa de seguridad contratada por la conselleria de Interior), se han hecho amos y señores de las calles de la ciudad de los prodigios y de la resistencia antifranquista. Igual, exactamente igual que en la manifestación vespertina del pasado 1º de Mayo.
Si me permiten el exabrupto: ¡da asco! El vómito y el llanto hacen acto de presencia. Recuerda –y los Mossos recuerdan- los tiempos, y no los más suaves, de la larga noche de la dictadura franquista. Están, claro está, anunciando lo evidente: quieren romper, sea como sea, cualquier atisbo de resistencia no servil a los designios de los “mercados” y de sus fieles servidores políticos. Han echado sus cartas trucadas de tahúres fuleros y ha sido bastos. Y no cualquier figura: el Rey y el palo fálico.
Por si faltara algo en este sucio y negro escenario, el rectorado de la Pompeu Fabra –votado hace pocos años por los estudiantes y el sector universitario de izquierdas- ha decidido esta misma mañana cerrar el Campus de la Universidad. Inaudito. Nunca, nunca, se había tomado una decisión así. Como en los viejos tiempos, siguiendo viejas tradiciones. ¿De qué tienen miedo? ¿Qué problema puede haber en que la manifestación finalice en el camps de la Universidad? ¿Temen que desde allí se asalten las habitaciones del hotel Arts, ubicado a medio kilómetro de distancia?
La Vanguardia, por su parte, sigue al pie de la letra su insidiosa y constante campaña de infamia e intimidación. Miren si tienen tiempo la gran fotografía de primera página del cortesano –y convergente- diario de los Godó de este jueves 3 de Mayo: un francotirador policial apostado en la terraza del hotel Arts. Como si se tratara de una película usamericana de embrutecimiento y consumo. El objetivo es evidente: que las clases medias catalanas apoyen atemorizadas el desorden que las fuerzas policiales están creando en una ciudad que no merece este insulto ni este maltrato. El fascismo fue combativo en las calles de la ciudad de López Raimundo, Teresa Pàmies, Federica Montseny y Durruti.
Nota:

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