Lo primero, para atacar un problema, es reconocerlo. Ha tardado mucho España, y es posible que todavía no la haya hecho del todo, para reconocer la magnitud del problema de la banca. La prueba está en que desde 2008 todo lo que se ha hecho ha sido insuficiente. Dos botones de muestra: ni las provisiones que acumularon los bancos para protegerse de sus activos tóxicos hasta fines de 2011 ni los 50 mil millones de euros de provisiones adicionales ordenadas por el gobierno en febrero de este año han bastado para conjurar el peligro. Como no han bastado las fusiones y los demás mecanismos empleados hasta ahora.
Pues bien: hay que empezar por reconocer que esas provisiones no bastan y que las fusiones no diluyeron el problema de los bancos atribulados sino que los multiplicaron. Caja Madrid estaba muy mal; Bankia está peor. Y así sucesivamente. Si las provisiones totales acumuladas por los bancos desde 2008 para resolver el asunto no bastan, ¿cuántas hacen falta? Nadie lo sabe con exactitud, pero el consenso entre analistas serios y no politizados es que todos los activos vinculados al ladrillo –o sea la suma de los préstamos a promotores y constructores más las hipotecas— ascienden a alrededor de un billón de euros. No quiere decir que todo ese billón sea tóxico. Pero una muy buena parte lo es.
Pongamos un caso concreto, el de Bankia. El analista Santiago López-Díaz, de EXANE-BNP Paribas, uno de los que vio con más claridad la hecatombe de 2007/8, ha elaborado un informe según el cual, contando las ordenadas en febrero, las provisiones de este banco cubren no más de 20 por ciento del total de préstamos a promotores y constructores, propiedades por hipotecas ejecutadas y otros créditos dudosos. En el caso de la banca en general y ya no sólo de Bankia, calcula también que aumentar las provisiones en apenas 1 por ciento contra el restante de las carteras de créditos costaría 16 mil millones de euros, el equivalente a más de 10 por ciento de los activos tangibles.
Frente a esto, hay tres opciones. La primera, la liquidación de Bankia sin menoscabo de los depósitos garantizados hasta 100 mil euros por titular, está política y socialmente descartada. Las otras dos son: un rescate con dinero público por parte de España o un salvataje con dinero de Europa usando el fondo de rescate europeo. Podemos emplear eufemismos, subterfugios y mecanismos de dilación, pero estas dos únicas opciones son las que están a la mano.
¿Hay dinero suficiente para que España acometa este esfuerzo? Es poco probable. Si el gobierno inyecta en Bankia los 7 mil millones de euros de que se está hablando, la cobertura de los activos relacionados con el ladrillo subiría de 20 a 33 por ciento. Mejor que antes, pero todavía poco frente a tanto activo tóxico. Y esto no tiene en cuenta al resto de bancos. Si aumentar en apenas uno por ciento las provisiones de la banca en general equivale a 16 mil millones de euros, pueden imaginarse a lo que ascendería aumentar las provisiones para sanear del todo al sistema financiero.
Quizá va siendo hora de que se piense seriamente si entre las dos opciones la de Europa no es la única que realmente queda. Nadie en Europa acepta la premisa de que sea necesario o posible rescatar a España, pero salvar específicamente a parte de la banca española parece una posibilidad cada vez menos innombrable. En lugar de dar préstamos a bajo interés a la banca española para que con ello comprase bonos del Estado español, el Banco Central Europeo y otras instituciones debieron darse cuenta de que estaban haciendo la vista gorda ante el problema de los bancos mismos.
Esto, claro, en el supuesto de que rescatarlos sea lo mejor. Pero la discusión es académica porque ni España ni Europa van a permitir la liquidación de parte de la banca. En ese caso, paguen de una vez usando el fondo europeo. Y asuman las consecuencias.
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