viernes, 25 de mayo de 2012

El régimen monárquico autoritario español y la anulación de la libertad de expresión.




Acabo de oírlo en varias emisoras radiofónicas. La policía nacional, cuyas fuerzas, se anuncia, estarán muy pero que muy bien dotadas esta noche, controlará los bolsos y las mochilas de los aficionados y aficionadas que esta tarde-noche acudan al Vicente Calderón. Mirarán si llevan, entre otras cosas, objetos punzantes (¿lo son los silbatos?), banderas republicanas y elefantes de peluche. Como han leído, yo pensaba que era una broma, brillante desde luego, pero no es así, es real como la vida misma en esta España nuestra que hiela el corazón de cualquiera, como los nudos represivos de este régimen en descomposición (Por cierto, ¿quién ha tenido esta brillantísima idea? ¿A qué genio del departamento de recursos humanos o colectivo afín se le ha ocurrido un hallazgo político-cultural de estas características abismales y abislales? ¡Qué inteligencia -de matrícula salvaje- la suya!).
Quienes lleven algunos de estos objetos –banderas republicanas (no la catalana ni la ikurriña), elefantes de peluche, no sé si también silbatos- no podrán acceder al estadio. Tal como lo leen, lo nunca vista en la España de 2012. Esta es la libertad de expresión permitida, es decir, anulada anticonstitucionalmente por el régimen monárquico español en descomposición. ¿No les huele un poco-mucho a rancio autoritarismo? ¿No les recuerda épocas pasadas que publicitan superadas?

La crisis política española es tan evidente que, incluso, en un acontecimiento así, un supuesto “encuentro deportivo”, la intervención de la Casa Real es más que evidente. Quieren evitar, aunque no lo conseguirán, una potente manifestación ciudadana en contra de los símbolos más esenciales de eso que llaman Reino de España. No podrán evitarlo, la pitada será estratosférica. Los elefantes de peluche inundarán las gradas. Y eso que, según se dice, vana a hacer sonar el himno (anti)nacional a todo volumen, para que se oiga en Algámitas y Peralta de Alcofea.
El diario matutino, monárquico y global, abre la primera página dando cuenta de un artículo de Milagros Pérez Oliva con una fotografía del vomitivo, xenófobo, antiobrero y homófobo Duran i Lleida -el del Majestic y el de los contactos furtivos pagados, dando al mismo tiempo, urbi et orbe, lecciones de moralidad familiar y sexual-, y algunos diputados del PNV, que no llegan a tanto en principio pero déjalos ir en ocasiones: son, sobre todo, hombres de orden. Un titular –“Jugando con la identidad nacional”- y una entradilla acompaña la fotografía: “La agitación nacionalista levantada ante la final de la Copa… es un ejemplo paradigmático de cómo utilizar los resortes de la sociedad mediática para ocupar espacio”. Añade el monárquico matutino: “Una polémica alentada, además, por la reacción españolista encabezada por Esperanza Aguirre..”. En páginas interiores, la 36 y 37, la misma idea: “La agitación nacionalista y el afán de ocupar espacio mediático explican la anunciada pitada al himno”.
Pues no, no se trata de eso. A nadie se le oculta la agitación nacionalista catalana entre los aficionados culés (supongo algo similar en el caso de la afición bilbaína). La música malsonante del nacionalismo conservador del país de los franquistas Francesc Cambó y Juan Antonio –nunca Joan Antoni- Samanach (¡un estadio olímpico lleva su nombre por iniciativa de un consistorio presidido por Pasqual Maragall!) siempre es la misma: damos durísimo aquí, a casa nostra –nostra es de ellos-, en beneficio de los intereses de unos cuantos privilegiados, las familias de toda la vida, y decimos que la culpa es de “Madrid” (con una “d” exagerada), alimentando un supuesto e inevitable divorcio entre “Catalunya” y “España”. Olvidan siempre, porque quieren olvidarlo, que el mismísimo Lluís Companys, el president asesinado por el fascismo español (y catalán), no tenía ningún reparo en gritar bien alto, en las cortes españolas, para quien quisiera oírle, “Viva España” (la republicana claro está).
Ahora lo mismo: la pitada, los símbolos críticos, las acciones rebeldes de muchos aficionados, tienen un claro destinatario: los símbolos monárquicos y neofranquistas (la bicolor, la institución monárquica, sus cacerías y múltiples tropelías, caso Noos no excluido) que acompañan a un régimen, el español, que en sus días ya finales es capaz incluso de negar libertades de expresión tan elementales como las que comentamos. ¡No ven como se acerca a pasos agigantados la III República federal, respetuosa de todos los pueblos, culturas y lenguas de esta tierra común que el gran poeta catalán Salvador Espriu llamó “La pell de brau”, la piel de toro?

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